Cada mes, Andrea visita a sus padres en la ciudad de Querétaro, el recorrido que le espera con cada partida, es “huir despavoridamente” de la universidad rumbo a la central de Ocotlán, algunas veces el camión “Directo Guadalajara” ya está en espera, otras más, tiene que esperar un máximo de 15 minutos, eso sí ¡55.00 pesos de pasaje no puede olvidar pagar!, una hora y media más tarde ya se encuentra en la primer parada de su viaje, mientras alguna gente pregunta -¿Qué hora es?, ¿A qué hora sale el próximo camión?- Ella, ya sabe que los autobuses de Guadalajara con destino a Querétaro salen cada hora en medias horas, impaciente espera comprar el boleto, está vez no ha subido el costo 317.00 pesos es lo que ha venido pagando desde hace tres años.
Algunas veces ya ha comido durante el camino, si no es así, prefiere esperar a subir al camión para recibir el “lonchibon” que la empresa le ofrece. -La comida en la central es muy cara, a veces solamente cuento con el dinero del pasaje y no me sobra para comprar por lo menos unas galletas- comenta con la boca seca, a pesar de que la tarde se siente fresca.
Ha pasado de la una de la mañana del nuevo día, seis horas y media más tarde el camión de Andrea está arribando la terminal de autobuses de la Ciudad de Querétaro.
En el centro del país normalmente el clima es cálido, sin embardo, el viento de esta noche es frío. Andrea ya se ha ubicado en la sala de espera, nuevamente su papá aún no ha llegado, a pesar del clima, decide salir al estacionamiento y esperarle afuera. La gente huye con sus maletas, señoras, niños, ancianos y jóvenes apresurados pasan de un lado a otro, aunque éste es un fin de semana común, siempre hay gente abarrotada en alguna de las taquillas, con la finalidad de adquirir algún boleto para el autobús.
Los autos pasan uno tras otro, colores, modelos y tamaños distintos, pero ninguno de ellos es quien espera, a lo lejos creé reconocer la camioneta que se ha estacionado varios metros a distancia, con una sonrisa toma su maleta y camina hacia la dirección donde se ha estacionado el vehículo, su papá vestido de pijama azul a rayas, una bata de laboratorio en color café y sandalias, aún aguarda dentro de la camioneta.
Gustosa de verle, con una sonrisa entre los labios le dice a su papá -¡Otra vez te gane!, ábrele atrás para subir la maleta-, él, aún está adormilado, su mirada denota cansancio, pero aún así, sus ojos brillan de alegría, por lo que sólo se limita a contestar -¿pues que no cabe aquí, traes piedras, cuantas son o que?-, por lo que Andrea ella sólo hace una mueca de cansancio y recelo, coloca la maleta detrás del asiento del copiloto.
La platica rumbo a casa transcurre sin novedades, esta vez su madre no ha podido recogerla, sin embargo un beso y un abrazo de su parte son su bienvenida, aunque el sueño devora rápidamente la alegría, cansados del viaje y el desvelo parten a dormir.
Tres días como máximo es lo que convive con la familia, por lo que trata de disfrutarlos, empero el tiempo es poco, visitas a familiares, terminar tareas pendientes, salir con los viejos amigos, por lo general descansa un momento y pareciera muñequita de aquellas que les dan cuerda, que solamente se detienen cuando ya no tienen fuerza para seguir.
En el centro Universitario de la Ciénega más del 90 por ciento del alumnado son estudiantes foráneos, esto es, jóvenes que viven en los alrededores y fuera de Ocotlán, algunos de ellos cada fin de semana regresan a sus hogares, sin embargo, para Andrea y otros tantos, transportarse cada fin es prácticamente imposible, comenzando por que el camino es largo, algunas veces más de 5 horas hay que permanecer sentado y en ocasiones hay que soportar los ronquidos u olores agridulces del pasajero contiguo que suelen ser un tanto incómodos– el tiempo de recorrido no es lo que importa, el detalle es el dinero; a la Huerta, Jal., son más de 500.00 pesos de ida y vuelta, pues, no solamente es el camión de Guadalajara, también es el de Ocotlán - platicaba lastimosamente Miriam, quien este fin de semana, tenía planes para pasarla a lo grande en su “rancho”, como ella lo llama.
Empero hay quienes no tienen la oportunidad de viajar cada mes, y muy probablemente si Luis Ernesto lo hiciera gastaría más de ocho mil pesos en aviones.
-Siempre estoy con el Jesús en la boca, no solamente me preocupa el que no coma, se enferme o se desvele, su actitud es lo principal, le valen gorro muchas cosas y a mi forma de ver no está bien, probablemente no le demos mucho dinero para sus gustos, pero le damos el necesario, ¿con eso basta?, sólo sé que me da mucha alegría verla cuando llega o saber que está en camino, pues lo que está lejos es lo que más se extraña- la voz quebradiza de Irma, la mamá de Andrea, se va debilitando, unas lágrimas han rodado por sus mejillas, y el silencio se ha hecho abrazador.
…La ropa hecha rollito se ha ido acumulando ordenadamente en la maleta, -¿Qué más falta? ¿No se me queda nada? ¡Creo que es todo!- piensa detenidamente Andrea parada frente a la cama, tiende la cama, barre y sacude el cuarto antes de partir, son más de la 10 de la noche y no hay tiempo que perder, el camión parte a la 11:20.
Tímidamente entra a la habitación de sus papás que está a oscuras, Martiniano está dormido, por lo que tiene miedo de despertarlo y susurra sigilosamente – ¡Pá… ya es hora!-.
Al igual que la llegada a casa el camino a la terminal transcurre sin novedades, -¡cuídate mucho!- Son las palabras de despedida de sus padres, el nudo en la garganta y los ojos llorosos no se hacen esperar, una respiración profunda le ánima y sonriendo recuerda que dentro de un mes, la misma historia podría repetirse.
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